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02 abril 2009

La verdadera causa del hereje

Melvin J. Lasky publicó en 1976 un libro que en sus 746 páginas intenta desbrozar qué tanto de Utopía tienen las distintas revoluciones que han surgido en la historia moderna y en todos los ámbitos; no en balde le llamó 'Utopia and revolution'. La magnífica y pulcra traducción de Juan José Utrilla nos ha llegado a través del Fondo de Cultura Económica, quien editó dicho libro en 1985, apenas nueve años después de escrito.
Cuando se habla de revolución viene inmediatamente a la mente la imagen de hombres luchando en peleas sangrientas, blandiendo armas unos contra otros; y si la pelea se da a nivel del estrado, vociferando y gritando para acallar a los demás. Estas revoluciones son analizadas en su libro, y alternan con otras no por más calladas y discretas, menos importantes: la revolución que supone, por ejemplo, aceptar que una era termina para dar paso a otra a pesar de que la ideología choque con la otrora predominante como sucedió con el copernicanismo, o la revolución encerrada en pequeñas y diminutas frases, capaces de modificar un discurso entero, claramente visible en la Revolución Francesa, y dos siglos antes, con los escritos de Giordano Bruno y su sistema filosófico.
Intentando identificar la utopía y el pensamiento utópico desde sus orígenes, no duda un momento en remitirse a las más antiguas sociedades propuestas por la cultura helénica: la mítica y quasi perfecta Arcadia aparece de la mano con la Atlántida, y situadas ambas como rectoras de sendos pensamientos e ideologías políticas. Esta alternancia entre pensamiento utópico y pensamiento revolucionario, y la extrema dificultad de establecer dónde termina uno para comenzar el otro, hacen que Lasky obre el prodigio de determinar en qué momento y cómo se cruzan ambos pensamientos, haciendo uso de un concepto que desliga por completo de su contexto religioso para extender su significado a espacios y asuntos profanos: la herejía. ‘Mi preocupación no es la visión de la sociedad perfecta, sin más, ni el movimiento, por sí mismo, hacia un cambio social violento, sino hacia el punto decisivo y fatal de la historia humana en el que ambos concurren’, anota en su prefacio.
Definiendo a utopistas y revolucionarios como verdaderos herejes, recorre el camino de la revolución y la utopía sin descartar ninguno de los libros, conceptos, poemas, escritos, proclamas y sucesos, donde es claramente visible cómo el orden establecido queda trastocado al entrar en contacto con las nuevas corrientes ideológicas: Lenin, Marx, Mao van de la mano con Milton, Kepler y Copérnico, Nietzsche convive con Locke, Kierkegaard y Hegel al igual que con Voltaire, Gorki y Coleridge. Todos se hermanan a una como ideólogos, pensadores de robustos conceptos y sólidos sistemas, escritores también de innumerable cantidad de libros.
Claramente es posible leer entre líneas la admiración y el asombro de ver hasta dónde las endebles y combustibles hojas de papel pueden afectar el andar de hombres y sociedades enteras, cómo una palabra dicha en el momento preciso puede alterar totalmente la vida de una nación, y cómo ese proceso es recíproco: al igual que una palabra, una hoja de papel son capaces de modifcar el mundo, los hombres también interfieren de manera directa en la pervivencia de esos papeles y los conceptos impresos en ellos.
Ejemplo poético y perfecto de esto es la situación que rescata en las páginas donde habla de un hombre oscuro, casi perdido en la memoria histórica, cuyo papel fue preponderante en la elaboración de uno de los proyectos más ambiciosos de la historia moderna universal: la escritura de L’Encyclopédie.
Guillaume-Chrétien de Lamoignon de Malesherbes [6 de diciembre de 1721 al 23 de abril de 1794] comenzó a fungir como censor del estado en 1750, cuando Guillaume de Lamoignon de Blancmesnil -su padre- fue promovido a canciller. Es precisamente por su trabajo que entró en contacto con los escritores más importantes del momento, resaltando entre éstos Diderot. Verdadero ‘Contralor de calidad’ por parte del rey, estuvo encargado del control editorial y de la prensa; el juicio de Lasky, lleno de admiración es deslumbrantemente conciso: ‘Como tenía que tratar con libros, acabó por apreciarlos’. La imagen del censor preocupándose por alcanzar para los hombres de letras con quienes trataba la libertad por la que tanto suspiraban, quedó para siempre grabada en el testimonio que rescata Lasky en la página 187 de su libro.
Malesherbes informó a Diderot la necesidad de frenar nuevamente la publicación de la Encyclopédie. Didedot se desespera, teme por los manuscritos, la pregunta del filósofo es ¿cómo salvarlos?
La respuesta de Malesherbes indica hasta qué punto había sido ya cambiada, transformada, su concepción de los libros y ‘los hombres de letras’: ‘Envoyes-tous ches moiz, l’on ne viendra pas les y chercher’. Envíamelos todos a mi, nadie vendrá a buscarlos. Así, Didedot envió la mitad de sus papeles al hombre que había ordenado que se les buscara; el censor dejó de ser tal para fungir como celoso guardián. Malesherbes escribiría:
‘Es imposible manipular las opiniones y por lo tanto, es injusto suprimir, mutilar, o corregir los libros en los que se les expone. El hombre que sólo hubiera leído libros que, al ser publicados, aparecieron con el consentimiento expreso del gobierno, según lo prescribe la ley, estaría casi un siglo atrasado respecto de sus contemporáneos.’
La utopía y la revolución resurgen una y otra vez, en forma de escritos, levantamientos, motines y protestas. En una cultura donde la capacidad humana de asimilar lo que otros escriben –y a fin de cuentas, lo que otros piensan- debería ser requisito indispensable, si es que dicha cultura y sociedad pretenden pervivir y desarrollarse, esto se perfila como una lamentable deficiencia. Es en este contexto donde la imagen del escritor de utopías y el ideólogo revolucionario se confunden en la figura del hereje: de nada sirve pretender defender libros, bibliotecas completas, si se pierde de vista que el ingenio del hombre necesita nutrirse de lo que otros a su vez han vivido, pensado, inventado.
La pregunta que vemos a lo largo del libro de Lasky está perfectamente formulada entre líneas, obvia y diáfana: ¿pueden los libros cambiar el pensamiento de los hombres, y el curso de la historia? La respuesta es afirmativa.
Y el ejemplo mismo de Malesherbes lo corrobora, este aristócrata y funcionario de gobierno terminó siendo guillotinado, después de ver cómo su misma familia era masacrada ante sus ojos, por salir en 1793 –teniendo ya 72 años de edad- a defender al rey ante la Convención. Proféticamente, y reflexionando sobre su función de censor, escribió:
‘…También consideré que esto [su trabajo como censor y protector de los escritores de la Encyclopédie] era prestarle un servicio al Estado, puesto que siempre me ha parecido que esta libertad tiene más ventajas que inconveniencias’.
Malesherbes sigue teniendo razón: utopía y revolución, herejía y libertad, escritura y pensamiento, continúan siendo alimentos y motores que impulsan el desarrollo íntegro de los hombres, independientemente del lugar y época que les toque vivir.


Referencia:

  • Melvin J. Laski: ‘Utopia and revolution’. Especialmente los capítulos ‘La causa del hereje I’ y ‘La causa del hereje II’.




XXII LLL - 02 ABRIL 2009 - La Verdadera Causa Del Hereje
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