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09 julio 2009

Cátaros

Otro cielo, otra tierra
Finjamos que somos otros. Imaginemos que el mundo ha sido creado por un Dios malévolo. Permitámonos creer por un momento que ese Dios malévolo crea también seres imperfectos, lascivos, perdidos en la maldad más abyecta, y que los padres del género humano serían en verdad ángeles caídos, seres desterrados de la gloria celestial, aprisionados en un grosero cuerpo con forma humana. Y pensemos en una responsabilidad inconmensurable: sólo unos pocos hombres y mujeres -que antes han sido diferentes hombres cuyo espíritu deberá reencarnar siete veces- tienen en sus manos la responsabilidad de preservar el mundo, de impedir que el mundo sea destruido y absorbido por esa maldad cósmica, presta a devorarlo todo.
Además, pensemos en un grupo de hombres muy poderosos, que se nombran ‘cristianos’, y nos persiguen sin piedad rincón por rincón en los campos y tierras de Francia, porque no quieren aceptar que nosotros también admiramos a Jesús, el mensajero del Dios benévolo, el del Nuevo Testamento, y creemos que Jesús mismo era otro espíritu, también encerrado como nosotros, en un cuerpo que debe ser despreciado, que es sólo la cárcel y la prisión en la que estamos condenados a vivir mientras dura esta reencarnación, la vida física y burda que tenemos.
…Y confesemos que sólo por creer esto -cuando los ejércitos papales y los ejércitos reales se unen-, el exterminio está cerca, nadie escapa, niño, hombre o mujer, a la par todos sufren violencia y vejaciones; los que no son pasados por la espada en las aldeas comunales -o matados entre los huertos-, son apresados para ser quemados poco después, vivos, ante el deleite de príncipes seculares y eclesiásticos, mientras la milicia nos grita una y otra vez que somos herejes. Nuestros libros han sido destruidos, nuestros bienes repartidos entre pobladores y gobernantes, los huertos pisoteados, y nada quedará de nosotros. El destino y la historia nos han condenado.

Identidad e Historia
Los alcances y la presencia de los Cátaros fueron tantos, que se organizó una verdadera cruzada [la Cruzada Cátara o Cruzada Albigense, del 1209 al 1229] para darles caza y exterminarlos de los territorios cristianos [Languedoc, específicamente], la idea era perseguirlos hasta la muerte para que no quedase de ellos ni el nombre, ni una letra, ni un solo rostro. …Pero algo había en esos hombres de vestiduras inmaculadas, que gustaban de la poesía, la filosofía y la arquitectura, quienes también eran capaces de trabajar en comunidades bien organizadas, desechando toda violencia, escuchando, comprendiendo, tolerando a quienes estaban a su alrededor, aunque no pensaran ni creyeran lo mismo que ellos. Se intentó perseguirles y exterminarles, pero la memoria colectiva de la vieja Europa no permitió que su recuerdo fuera aniquilado por completo y les perpetuó con diversos nombres. Albigenses es uno de ellos, ‘la Secta de los Tejedores’ es otro. ‘Cátaros’ es el más común.
En The Gale Encyclopedia of the Unusual and Unexplained, leemos: En 1208 el Papa Inocencio III declaró a los Cátaros –una secta del crisianismo (también conocida como Los Albigenses)- a la herejía y condenó a los ciudadanos de Beziers, Perpignana, Narbonne, Toulouse y Carcassone a morir como ‘Enemigos de la Iglesia’. [In 1208, Pope Innocent III (c. 1161–1216) declared the Cathars, a sect of Christianity (also known as the Albigenses), to be heretical and condemned the citizens of Beziers, Perpignan, Narbonne, Toulouse, and Carcassone to death as “enemies of the Church”.]
La razón de la fiereza empleada para acallar a la secta de los Albigenses sólo puede entenderse si se observa detenidamente el comercio intelectual que tenían con otras sectas no menos importantes, y que en su tiempo también fueron perseguidas por el papado y los poderes seculares: los bogomilos y los paulicianos. Ya en la época de esas primeras persecuciones la idea de sus creencias y ritos era muy vaga, con frecuencia se les confundía con paulicianos, dando por hecho que se castigaba a cátaros mientras los acusados eran otros. Al menos en la forma, las comunidades cátaras tenían una cantidad indeterminada de coincidencias con las comunidades esenias de los primeros tiempos de la era cristiana, y se servían frecuentemente de los Evangelios Gnósticos, donde al parecer fundamentaban su curiosa cosmovisión y teología. Desechaban el Antiguo Testamento porque lo consideraban protagonizado por el Dios malévolo, vengativo y sediento de sangre, y ensalzaban una y otra vez el Evangelio de Juan como la máxima expresión de sus creencias sobre Jesús y el Dios benévolo. Su división entre diversas clases según el tipo de vida de los albigenses es comúnmente conocida, así como el vegetarianismo y la abstinencia de algunos miembros de la comunidad.
Y aunque algunas crónicas y descripciones de la época nos los pintan negativamente –como los Annales de Raynaldus- atribuyéndoles un sinfín de defectos, vicios y pecados, lo más acertado es ver en las acciones del Papado el intento de deshacerse de un grupo de hombres cuya vida y ejemplo ponían en jaque tanto a la jerarquía eclesiástica como a las enseñanzas de esta.

Vida, oraciones, encantamientos y muerte
Algo innegable es que los Cátaros fueron exterminados junto con la mayor parte de sus obras escritas. En ello yace la mayor dificultad cuando se intenta establecer cuáles eran sus dogmas de fe, cuáles sus rezos, qué ordenanzas y normas regían su vida diaria. La mayor parte de lo que de ellos se sabe se debe fuentes de segunda mano, memorias, anotaciones marginales, comentarios, sobre autores que por lo general condenaban la vida y las obras de los Albigenses, atacándolos duramente.
Entre todas las acusaciones se resaltan dos aspectos principales, que parecían ser fundamentalmente verdaderos soportes de su predicación y ejemplo, y escándalo para sus contemporáneos.
Si el cuerpo humano fue creado por un Dios malévolo, la suprema virtud era matar ese cuerpo para liberarse de el, y disfrutar plenamente de la vida espiritual. Por tanto la procreación engrandecía aún más ese pecado. Por ello predicaban la abstinencia y daban un lugar especial a la virginidad, y de allí también se desprende su aversión a comer carne, leche y huevos, es decir, productos de procedencia animal.
La segunda característica, en perfecta armonía con el vegetarianismo y desprecio del cuerpo, era la inmolación por voluntad propia según el rito de la endura. Dicha endura consistía llanamente en dejarse morir de hambre, mas en la sociedad cátara dicha muerte era asistida en cada momento por la comunidad, que rodeaba de cuidados y atenciones al hermano que había decidido poner fin a sus días, y alcanzar prontamente la victoria con la muerte de su cuerpo material. Recientemente se ha hecho hincapié en el carácter casi sacramental de la inmolación, se arguye que dicha práctica era más bien rara y escasa, y se realizaba cuando los enfermos se consideraban graves, como si se tratara de eutanasia en lugar de suicidio.
Uno de los pocos poemas-encantamientos-oraciones donde algo de esa visión del mundo ha podido ser conservada, se supone rescatado para la posteridad en fecha tan reciente como el año 1939. Se trata del ‘Davant Dius’ que se puede traducir como ‘Delante de Dios’. Sus cinco párrafos son a la par que hermosos, una reflexión sobre la vida y la muerte, la salvación y la perdición. Los primeros versos rezan:
‘S'es faita davant Dius am'una crotz tant bela que resplendis del cèl jusca la tèrra. Nostra Dama va arribar am'un cièrge a la ma; Tres armetas rencontrèe: Armetas, que fasètz aici? - Nos autras, ploràm, sospiram, que i a pas cap dènfant de sèt ans que plore las plagas de sos sants.’ [Ha sido hecha delante de Dios una cruz tan bella que resplandece del cielo hasta la tierra. Nuestra Señora va a llegar con un cirio en la mano: tres almas encontró: Almas, qué hacen aquí? –Nosotras, lloramos, suspiramos, que no hay ni un niño de siete años que llore las llagas de nuestros santos].
Pocas veces la pureza y la frugalidad fueron tan avasalladoramente coherentes: vida y pensamiento, razón y fe, permitieron a los Cátaros persistir, si no con sus libros, al menos sí en la multitud de lápidas, villas y monumentos que han llegado hasta nosotros. Y aunque insospechadamente, los versos finales de esa oración-amuleto encierran la vida y la muerte, la tragedia y la grandeza de esos hombres admirables, y admirados aún hoy día:
¡Mon Dius, fasetz-me la gràcia de plan viure e de plan morir! [¡Dios mío, házme la gracia de bien vivir y de bien morir!].
A todos y cada uno de ellos les tocó en suerte ver cumplida su petición; quizá ese Dios benévolo de alguna manera los escuchó, y atendió a sus súplicas.

Referencias:


  • Descripción de los Cátaros o «Albigenses». Anales de Raynaldus, trad. S. R. Maitland, Historia de los Albigenses y Valdenses, Londres, 1832, pp. 392-394. Disponible en Biblioteca Virtual Cervantes
  • The Gale Encyclopedia of the Unusual and Unexplained Vol. 1, p. 277, 'Cathars'.
  • Breve nota y versión musicalizada de ‘Davant Dius’ disponible en Tiphareth




XXXVI - 09 JULIO 2009 - Cátaros
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