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30 julio 2009

Harry Potter: la magia de la necedad


El primer gran éxito editorial de la época moderna lo tuvo Alexander Dumas, con su novela por entregas donde relataba las desventuras, aventuras y posterior buena ventura de Edmundo Dantés, a quien la posteridad reconoce inmediatamente como ‘El Conde de Montecristo’.
Esta novela, terminada de escribir en 1844, cautivó lectores no sólo dentro de Francia, su país natal, sino que en algunos sitios tan distantes de este país, como Rusia, causó furor y la expectación originada por sus escritos era mayúscula, ocasionando verdaderos desaguisados en las oficinas postales si una sola entrega llegaba por alguna razón, a retrasarse. Se publicó no como un solo volumen, sino repartida en 18 fascículos.
Se ha dicho que El Conde de Montecristo es al ejercicio de la lectura lo que dentro de la música es el ejercicio de la audición de ‘El arte de la fuga’ de Bach: acá tenemos no sólo cuatro, cinco o seis voces, cada personaje aparece y desaparece de manera articulada, y lo que aún hoy día causa admiración, es el cierre magnífico que va entretejiendo Dumas alrededor de cada uno de sus personajes. Al terminar de leer la novela advertimos que no hay cabos sueltos: cada historia tiene su propio final, sus propias peripecias, a pesar de encontrarse engarzadas en la obra principal, el destino que va tejiendo puntada por puntada Edmundo Dantés.

La magia de la necedad
A poco de aparecer en el mercado, el éxito editorial moderno que más presencia ha tenido en escaparates, recibió críticas tanto de amantes del género de lo fantástico, como los conservadores críticos de ‘la moral y las buenas costumbres’. El fenómeno de Harry Potter sólo puede entenderse si se echa de ver que su autora supo leer acertadamente los signos de los tiempos en el justo momento en que comienza a escribir su novela: el Internet está a punto de ser el acontecimiento mediático que marcará irremediablemente el final de un siglo y inicio del siglo actual, ya está fortalecido y constituido como escritor Stephen King –quien emulará ciento sesenta años después a Alexander Dumas al publicar en el verano del año 2000 la primera novela por entregas que sería distribuida netamente a través de Internet: ‘The plant’- y se encuentra a la vuelta de la esquina el inicio de la nueva década, del nuevo siglo, del nuevo milenio. A nivel cibernético se temía el llamado ‘fallo del año 2000’ que supuestamente dejaría en estado comatoso a la mayor parte del mundo al enloquecer los equipos de cómputo –y con ellos los sistemas de vuelo, sistemas bancarios, sistemas de tiendas de autoservicio y hospitales- y se pensaba que por arte de magia la hambruna, las guerras, las diferencias étnicas y económicas cesarían, dando paso a un periodo de progreso, paz y tranquilidad, representado por un crecimiento acelerado de la conciencia humana.
Nada de ello sucedió: las computadoras no fallaron, los sistemas bancarios no se colapsaron, las guerras siguieron su curso, los enfrentamientos religiosos continuaron su sangriento transcurrir y el consumo se incrementó exponencialmente al encontrar en el Internet un medio efectivo para hacer incluso las compras que antaño se hicieran en el supermercado. La literatura y las artes en general no pudieron escapar a este impasse: la explosión de best sellers que resumían las teorías conspiratorias más descabelladas –emergidas directamente de movimientos New Age del último cuarto de siglo- inundaron el mercado. La literatura se convirtió en el sucedáneo de la realidad ideal que ningún hombre pudo encontrar el sábado primero de enero del año 2000: en los libros se encontraban los mundos posibles –mundos abortados y con briznas de sueños esparcidas entre la paja- a que el hombre como tal no podría tener acceso.
Pero escritores, músicos, críticos, cineastas, especialistas del consumo y del marketing olvidaron un nicho importantísimo de mercado: los niños también leen, y los adolescentes serán los consumidores de los productos que han de venderse apenas cinco o diez años después. Ante tal necedad, se operó la creación de una obra que consumiría horas y horas de lectura, amén de infinidad de hojas de papel y tinta: la saga del mago contemporáneo más famoso, a quien quizá sólo sobrepasa –porque aún hay adultos que lo recuerdan- el antiquísimo y mítico Merlín.

Vana erudición
El dieciocho de diciembre del año 2000, apenas seis meses después de emprendido su proyecto, Stephen King interrumpe su novela por entregas. Se presumen dificultades técnicas, y el lado económico no estuvo ausente: no se recabó la suma que se buscaba reunir, suficiente para mantener funcionando y andando ese proyecto.
Ya para entonces los primeros libros del niño-mago se habían convertido en todo un suceso editorial. Ayudó –y mucho- la mescolanza de nombres inventados y con raíces vagamente anglosajonas y teutónicas, la palabrería que mezclaba latín y griego –si bien macarrónicos- en los nombres de las cosas y encantamientos, se creó un mundo donde las escobas voladoras de último modelo –que semejan más motocicletas que utensilios de limpieza- conviven forzadamente con mandrágoras y viejísimos libros de pergamino, y donde los deportes son extrañamente parecidos al rugby -o football americano- haciendo de la magia y hechicería los temas secundarios que sucumben ante el ideal de representar una sociedad londinense que semeja en muchísimos aspectos a la sociedad ‘ideal’ norteamericana. Las historias, libro tras libro, terminan adoptando el mismo patrón: comienzan con el inicio de clase y terminan con la clausura del curso, la omnisapiente Hermione acude puntual en la ayuda del mago que se empeña en seguir la vía rápida instintiva en lugar de ceñirse puntualmente al método mágico que se pretende enseñar en la escuela de magos.
Su enemigo jurado aparece y desaparece a voluntad, y termina siendo una caricatura que tiene poderes quizá sólo sobrepasados por los antiguos dioses paganos. El mundo paralelo que pretende gobernar es sólo un conglomerado de sujetos y situaciones que no escapan, por ninguna vía y bajo ninguna condición, a la muerte, omnipresente en cada hoja y cada página de la historia. La magia resulta ser una futilidad empleada sólo como paliativo y en conjunto ofrece sólo una solución momentánea para un mundo que desaparecerá presa de su propia fuerza centrípeta: se inunda tanto con elementos tomados del mundo real, grosero y apático, que finalmente esos mismos elementos terminan ahogando y matando toda credibilidad en un mundo mágico, paralelo y coherentemente gobernado por sus leyes propias. La inhumana erudición de Hermione sólo funciona dentro de su propio mundo: ella también es testigo y partícipe de un universo a punto de colapsarse.

Un tiempo sin tiempo
La escritora no puede escapar a esa misma cifra de muerte que se esforzó por circunnavegar a lo largo de su narración: por lo menos dos fechas hacen posible situar la línea narrativa de la historia del niño-mago y su mundo. La etérea actualización de métodos narrativos de éxito probado –como la estructura de las historias de Sherlock Holmes y su resolución de misterios- hacen de la historia en su conjunto un elemento más acorde con las transmisiones televisivas, la narración cinematográfica o el diseño multimedia, que una obra merecedora de tomarse –literariamente hablando- en serio. Los estereotipos fácilmente identificables, las situaciones tan elaboradas que terminan siendo amén de irreales, increíbles, las historias en vastos círculos que giran alrededor del frustrado intento de asesinar al niño-mago cuando se encontraba aún siendo un infante que dormía en su cuna, la cansada explicación de personajes y la necesidad –que se pregona por razones más filantrópicas que narrativas- de escribir libros agregados a la serie, hacen que la estructura interna de la historia se tambalee y no soporte el análisis somero a que ha de someterse cualquier obra que se precie de ser efectivamente literatura.
Los niveles de lectura –se argumenta equivocadamente, no hay ‘nivel’ sino ‘cantidad’- entre jóvenes y niños aumentaron considerablemente en el Reino Unido desde la aparición de esta serie. Se olvida que con frecuencia es más importante la calidad que la cantidad: el alimento chatarra en cantidades industriales matará de hambre a cualquier infante, por más que tenga el estómago lleno de materia digerible.
El peligro de la historia del mago radica esencialmente en la pérdida de un eje que soporte algún intento de crítica. La primera traducción del texto tuvo que hacerse… ¡de inglés británico a inglés norteamericano! Este detalle indica no una excelencia de la escritura, sino una pobreza increíble de recursos. Sólo es posible leer esta obra bajo un punto de vista bien determinado, y no soporta lecturas alegóricas ni hermenéuticas elaboradas: es el producto listo para ser consumido según un protocolo estricto, más semejante a una pizza congelada que requiere de una cantidad determinada de tiempo en el horno de microondas, que a una lectura capaz de brindar, efectivamente, los puntos de reflexión necesarios para obrar en el ánimo del lector un cambio cualquiera.

Entre el pastiche y el collage
A ciencia cierta no podría definirse como una de las dos: tiene del pastiche la imitación de estilos y desarrollos narrativos perfectamente identificables. También tiene del collage la técnica de agregar elemento sobre elemento buscando sostener el edificio por la acumulación informe de un montón de ladrillos en lugar de cimentar firmemente su estructura.
Y ante la pregunta obligada: ¿leer o nó los libros de la historia de Harry Potter? Sólo puedo responder: léalos, sí, pero no los compre. Y si los compra, no imprima su ex libris en ellos. Hasta el momento, los lectores de la saga escrita por Rowling que me ha tocado tener cerca han leído el libro que ‘alguien más’ les prestó, y por lo general, dicho libro carece del nombre del propietario. El furor ha pasado, la moda terminará algún día, y será mejor así: sin su firma en el frontispicio de las historias del niño-mago.
¿Sabía usted que Stephen King se refirió a Harry Potter como ‘shrewd mystery tales’? En español esto se puede traducir más o menos como ‘astutos cuentos de misterio’.
Y vaya que King sabe de lo que habla, él es un veterano de los cuentos, historias, novelas de misterio y terror.
Si hay algo por reconocer en Rowling es la excelente tarea de mercadeo que ha hecho con su obra: derechos reservados a nivel mundial, demandas contra otros autores, su conocimiento empírico de las necesidades y exigencias de sus lectores, el eficiente análisis del impacto de sus historias en el mundillo editorial.
A fin de cuentas, Harry Potter es sólo eso: una novela hecha a medida del lector –y en este caso, un lector infantil, con la cabeza repleta de comerciales y programas de televisión más que de libros leídos en la biblioteca- y que como tal, merece su lugar en los estantes de aquellos que se conforman con la forma, desechando a priori toda sustancia y nutrimento.
Sí, no lo olvide, estamos en la época de la fast-food. Y si existe la Fast-food también puede existir la fast-literature. Una arruina el estómago y el aparato digestivo completo. La otra… de la otra mejor ni hablemos.
Le sugiero que lea algo de provecho, y olvide lo aquí acaba de leer: también esto fue escrito en un par de horas, ‘quick and easily’.
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Comentarios

Ernesto Cisneros-Rivera ha dicho que…
De acuerdo contigo de cabo a rabo. Te felicito por el extenso artículo que has escrito sobre la harrypottermanía y sus similares.

Siempre es indispensable señalar lo deficiente de la literatura chatarra, pero con sustento sencillo e inteligente.

Un abrazo, Francisco.
Francisco Arriaga ha dicho que…
Ernesto:

Agradezco profundamente tu comentario. Confesaré que soy poco proclive a escribir sobre cosas que no me causan simpatía, mas en este caso, y visto de frente el montón de argumentos sin sustento alguno que se dicen a diestra y siniestra -tanto a favor como en contra- me pareció muy conveniente dilucidar desde mi perspectiva de lector y escritor lo que se esconde tras el fenómeno de Harry Potter, según lo que advierto.

La cuestión es complicada, mas en este caso, donde la letra y el concepto entran directamente y sin tamices al intelecto, razón y sensibilidad de niños y jóvenes, es por lo menos necesario estar alerta y verificar que lo que leen realmente es lo que se pretende que lean. Harry Potter será todo lo que se quiera, menos una 'inofensiva novela escrita para niños'.
Ernesto Cisneros-Rivera ha dicho que…
Nunca mejor dicho, Francisco. Coincido contigo en lo engorroso que es mencionar siquiera algún concepto sobre este tipo de fenómenos, sin embargo, es parte de esta época tan contradictoria y nefasta que nos ha tocado vivir. No se le puede soslayar y lo indispensable es lanzar un grito en el desierto para poder separar la broza de lo saludable. Hoy más que nunca que choca tanto a nuestros niños y jóvenes (y no pocos adultos) analizar la realidad, el entorno, hay que esclarecer las cosas.

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