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17 diciembre 2009

Batirse a duelo en México

Entre los títulos admirables de la bibliografía mexicana de principios del siglo XX sobresale el del libro escrito por Ángel Escudero, Maestro de Armas, publicado en 1936: “El duelo en México. Recopilación de los desafíos habidos en nuestra República, precedidos de la Historia de la esgrima en México y de los duelos más famosos verificados en el mundo desde los juicios de Dios hasta nuestros días.’
Prologó dicha obra ni más ni menos que don Artemio de Valle-Arizpe, quien comienza a su vez la introducción con estas notables y curiosas palabras:
“Yo soy un pequeño burgués. Tengo hábitos pacíficos; vida sedentaria es la mía. No sueño realizar grandes empresas. Envidio y admiro por su audacia a los que las acometen, aunque fracasen. No tengo -¡qué bueno!, ¡qué lástima!- ese fuego de ansiedad delirante que quema a otros. Una vida mansa que va por cauces serenos. Vienen las penas a tocar a mi puerta y les abro. Yo soy un pequeño burgués que sonríe ante la vida.”
Mas don Artemio da poco lugar para que el lector se forme un juicio simple sobre el libro que está por leer, las palabras finales de su prólogo son una invitación dedicada, con toda intención, al posible futuro lector:
“Es este don Ángel un ágil maestro de armas y sabe enseñar a la perfección su manejo al que lo quiera aprender. Dicen que saca excelentes discípulos. Yo lo quiero y lo respeto. Lo quiero por su siempre inalterable afabilidad; lo respeto porque tiene el alma pura, limpia, y, además, ¿quién no va a respetar a un señor, aunque sea de ánimo pacífico, que sabe tan hábilmente manejar una espada, y disparar con gran tino una pistola?’
El uso elegante, fino y perfecto de las armas también es un arte.

Los juicios de Dios
Contradiciendo lo que cualquiera pudiera pensar, Escudero aclara en la primera página de su libro: ‘El duelo, tal como se ha realizado siempre, es una institución cristiana que tuvo un origen germánico. Entre esas hordas bárbaras que conquistaron la Galia y parte de la Europa durante el siglo V, el duelo se efectuaba públicamente y terminaba siempre con la muerte de uno de los adversarios. Es a esos conglomerados de los que descienden las sociedades modernas, a quienes se debe la institución del duelo, que fue tomando distintas fases hasta llegar a ser lo que es en la actualidad.’
Con este precedente ya puede el lector comprender la razón de existir de algo que se llamó en su tiempo, ‘el juicio de Dios’.
La parte de suerte que siempre intervino en tales situaciones llevó a la superstición más acentuada, que aparecía de buenas a primeras en cualquier encuentro de armas, cuando los caballeros y los asistentes a los duelos pretendían que aquel que resultaba triunfador, tenía automáticamente la razón y el favor de Dios de su lado. Es decir, la victoria legitimaba el uso de la violencia, y también la muerte del adversario.
Tal sentimiento llegó a fraguar en la forma de un estatuto de la llamada ‘Ley Gombette’, establecida por Gondebaldo, rey de los burguiñones. La justificación de tal código la explicita Escudero citando: “Es para que nuestros súbditos no juren sobre hechos oscuros ni perjuren sobre hechos ciertos”.
¿En que consistía tal uso?
Someramente añade Escudero: “Al entrar a la liza el caballero pronunciaba las siguientes palabras, que constituían un verdadero juramento: Me voici pret avec l’Evangile d’une main, et l’épée de l’autre.” [Me presento aquí con el Evangelio en una mano, y la espada en la otra.]
La seriedad de tales lances llegaba al grado de contar directamente con la aprobación o la negación de los reyes. Escudero trae a cuento el caso de dos súbditos que no pudieron batirse bajo el reinado de Francisco I, y que aguardaron la muerte del monarca para, bajo el reinado de Enrique II –marido de Catalina de Médicis- conseguir el permiso correspondiente, tales fueron Guy Crabot y Francisco de Vibonne.
Apreciada la pelea por asistentes y la realeza reunida con tal ocasión, el desenlace no podía ser otro: ‘Este duelo se verificó ante el rey y toda su corte, y mientras el caballero de Chasteigneraye gemía tirado en el suelo herido de muerte, el caballero de Jarnac era llamado por el rey y abrazado por él, recibía como elogio las siguientes palabras que se referían a cómo había luchado y al juramento que presó antes de hacerlo: Habéis combatido como un césar y hablado como un Aristóteles’.

De Europa a México
Escudero va relatando cada uno de los hechos de armas que pueden documentarse en crónicas y diarios personales, aumentando la galería de hombres notables que estuvieron, directa o indirectamente, relacionados con algún duelo importante. Como rareza Escudero anota por lo menos dos célebres duelos llevados a cabo… por damas.
En uno de ellos, el amor y favor del duque de Richelieu fueron los causantes, y es el mismo duque quien lo relata en sus memorias: ‘Se publicó que la señora de Polignac y la señora de Nesle se habían batido a duelo a pistola en el Bosque de Boloña, lugar en que se citaron para ver con quién de ellas me quedaría si no resultaban muertas las dos.’
Esta es la oportunidad que tiene Escudero para comenzar a hablar del tema central de su libro, insertando su breve Historia de la Esgrima en México. Sin perder la tónica europea, nos hace saber que ‘El primer maestro que hubo en México a principios del siglo pasado, fue el señor Pun Salán Zapata, filipino que estudió en Europa.’ Escudero no va mucho más atrás por la imposibilidad de hacerlo, no por la falta de intención. En sus manos tuvo un tratado que obsequió a su discípulo el general Calixto Ramírez Garrido, donde encontró que en la forma española de enseñar la ‘espada mixta’ se trazaban una serie de círculos en el piso cruzados con una serie de líneas, cuyo uso Escudero no pudo entrever ni adivinar. ‘Nunca pude entender las complicadas explicaciones del librito en cuestión, que para mí resultaban jeroglíficos chinos.’
Haciendo repaso de los duelistas y los distintos encuentros habidos en la historia de nuestro país, la lista de Escudero es a la par que curiosa, muy esclarecedora. Encontramos un par de veces mencionado a Miguel Miramón, quien se batió en duelo contra Manuel Puga y Acal y Louis Cassier respectivamente.
Otro personaje ilustre del duelo, con una lista impresionante de encuentros es Salvador Díaz Mirón, quien se batió contra Martín López, Leandro Llada, Vidal de Castañeda y Nájera, Francisco de Landero y Cos, Federico Wolter, Juan Chapital, Antonio F. Escobar, y Manuel María Migoni.
Quizá entre los nombres más inesperados de la lista se encuentra el de Manuel Gutiérrez Nájera.

El duelo del Duque Job
Cuenta Escudero que la razón del duelo entre Gutiérrez Nájera y Gonzalo A. Esteva se debió a diferencias de criterio. Cuál fuera el asunto, es algo que no nos dice.
Era Gonzalo diestro en el manejo de las armas, de tal suerte que todos temían por la vida del poeta, y pretendían que el duelo se llevase a cabo ‘a la primera arma’, esto es, dando una sola ocasión para que el ofendido resultara desagraviado, y buscando que el poeta, en este caso, recibiese como máximo algún rozón y se finiquitara el asunto.
Los padrinos respondieron que no, jamás permitirían por la honra de Gonzalo que el asunto se saldase dándole un papel ‘triste y humillante’. Lamentablemente Escudero no ahonda en las ‘componendas’ de tal asunto, y cuáles habrán sido los estira y afloja de tal encuentro, sólo nos comenta que se acordó por parte de los cuatro padrinos que los duelistas se dispararan un tiro a veinte pasos de distancia.
Ángel Escudero nos confiesa que en su juventud leyó las publicaciones de Manuel: ‘Yo fui un admirador loco del Duque Job y lo sigo y lo seguiré siendo.’
No es de extrañar, por tanto, que termine de escribir este episodio alabando la suerte del poeta, y haciendo honores a su figura finísima: ‘En estas condiciones se verificó el desafío sin resultados y el eximio poeta recibió el espaldarazo del duelo con la misma indiferencia con que agitaba la rubia champaña con un palillo de dientes para hacerle perder parte de su ácido carbónico’.

Otro México, otro tiempo
Si no bastara con la combinación sola de De Valle-Arizpe y Escudero para obligar la lectura, tenemos un tema poco abordado en la historia nacional, y que difícilmente podría haber sido estudiado por una persona más idónea que el Maestro de Armas Ángel Escudero. El México de los hombres de honor, de la sangre que lo lava todo y lo compensa todo, aparece en las páginas de su libro con un encanto y delicia que más parece que leemos una novela de finales del siglo XIX que un libro escrito con documentación en mano: los lugares, circunstancias y fechas son tan exactos, que el libro puede ser leído como una monografía seria y académica, sin perder un ápice de frescura.

Ad notanda

El honor de los hombres de México es el tema principal del libro escrito por Ángel Escudero. Y un claro ejemplo que nos muestra la hondura y seriedad de este libro es la cita puntual y exacta de sucesos hoy olvidados en la intrincada historia nacional del siglo XIX.
Relatando el duelo habido entre los coroneles Adolfo Garza y Enrique Mejía se detiene explicando el origen de Enrique, sirviéndose de alguna página de Manuel Payno. Transcribiendo textualmente uno de los párrafos memorables que se encuentran en este episodio puede leerse:
Del coronel Mejía diré lo propio. Apenas puedo anotar aquí que era hijo de aquel famoso general federalista José Antonio, del mismo apellido, rival y enemigo personal de Santa Anna, a quien éste mandó fusilar tras de la acción librada en la hacienda La Blanca, cerca de Acajete, al día siguiente de ella, o sea el 3 de mayo de 1839.
José Antonio Mejía fue ejecutado a las ocho y media de la noche. Refiere el historiador Manuel Payno que, cuando comunicaron a Mejía su sentencia de muerte, preguntó:
‘-¿Cuándo debo ser fusilado?
'-Dentro de tres horas -contestó el oficial.-
'-Si Santa Anna hubiera caído en mi poder -respondía con perfecta serenidad- le habría yo concedido tres minutos...'
Mejía -sigue diciendo Payno- era hombre notable por su valor, que rayaba en arrojo y temeridad; de carácter abierto y franco, como todos los hombres verdaderamente valientes, y de felices inspiraciones militares.
Se dice que ‘el hubiera no existe’, aunque nadie ha dicho que no podamos embelesarnos en las posibilidades que ofrece una historia ficticia y alterna: el registro de los hechos históricos, escritos y descritos por los vencedores nos hace olvidar que la parte vencida algunas veces encierra más honor, fiereza y temple que la parte vencedora y su ‘historia oficial’.
Un librito de fácil lectura y no obstante profunda erudición y conocimiento, rescata parte de esa Historia del Honor de los hombres de un México que hoy nos parece, lamentablemente, irreal e increíble.


P. S.: el título original de esta edición era, lisa y llanamente: 'El duelo en México'. Simitrio Quezada sugirió modificarlo, y tuvo razón y tino al hacerlo: suena mucho mejor, y es mucho más exacto. De nueva cuenta, mil gracias.






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